miércoles, 3 de diciembre de 2008

La boda del gato y la gata

Érase una vez un gato y una gata que se iban a casar y salieron a buscar compadres y el acompañamiento.
Se encontraron con un burro que estaba rebuznando y don gato lo saludó:
- ¡Hola, don burro!
- ¡Hola, don gato! – contestó el burro muy alegre - ¿Dónde van ustedes por aquí?
- pensamos casarnos y venimos convidando al padrino y al que tenga gusto de acompañarnos. Si tiene gusto de acompañarnos, llevaríamos un buen cantor.
- ¡Con mucho gusto! – contestó alegre el burro.
Ya siguieron caminando y al cabo de un rato se encontraron con un gallo que cantaba el quiriquiquí. Al oír la gata al gallo, le dijo a su novio:
- ¡Mira qué bien canta también ese!
Y también lo invitaron.
Ya iban el gato, la gata, el burro y el gallo. Al cabo de un buen rato se encontraron con un carnero con unos cuernos muy grandes. La gata, pensando también en lo que pudiera suceder en su boda, le dice al novio:
- Mira que par de estacas lleva en la cabeza para pegar buenos leñazos.
Lo invitaron también y el carnero, agradecido, se marchó con ellos.
Ya iban el gato, la gata, el burro, el gallo y el carnero. Al cabo de un rato se encontraron con un pato que cantaba muy feliz: “pah, pah, pah”. Entonces dice el gato:
- ¡Mira: si se forma una pelea tenemos el carnero para defender y al pato para ordenar paz!
El pato, como los demás, les siguió.
Oscureció y, camina que te camina, se encontraron en un bosque muy espeso, ya lejos de la población. El gato se subió a un pino por ver si distinguía algún refugio. Le pareció divisar una lucecita no muy lejos de donde ellos estaban y hacia allá se encaminaron todos. Cuando llegaron se encontraron con una casucha no muy grande. El gato asomó la cabeza por la ventanilla y sin querer, por lo visto, asomó mucho la cabeza y los lobos lo vieron. Claro, ellos muy amables, les invitaron a que entraran, que no se quedaran en la puerta. Un lobo salió a abrírsela.
- ¿Dónde vais ustedes por aquí a estas horas? – preguntaron.
- Vamos de viaje y se nos ha hecho de noche – contestaron.
Los lobos, como tenían costumbre, todas las noches salían para buscar su comida.
- Bueno, - dijeron – nosotros vamos ahora a nuestro trabajo. La casa se queda sola y ustedes os podéis poner cómodos. Si tenéis hambre, hay comida en la despensa.
Los lobos se fueron a su oficio y los animales, ya comidos, como estaban cansados, decidieron acostarse. El gato y la gata, como de costumbre, se pusieron cada uno al lado del fuego. El pato y el gallo se pusieron en los hierros de la chimenea. El burro y el carnero, en el corral.
Los lobos mientras tanto pensaron que ya no hacía falta ir al bosque toda la santa noche a buscar comida, pues bastante había en su propia casa. Pero, como ninguno quería entrar a por ellos, lo echaron a suerte y le tocó al lobo más viejo. Al rato de estar caminando, pues no se encontraban cerca, llega hasta la puerta y escucha dentro. La casa se encontraba a oscuras y en silencio. Entra y se mete las manos en los bolsillos para ver si tenía cerillas. Pero por desgracia no tenía. Va a la lumbre por ver si quedaban ascuas y en esto que el gato abre un ojo. El lobo empezó a soplarle pensando que era un ascua, para avivarla. El gato, con una de sus garras, le araña un ojo y el lobo, sin comprender nada, va a buscar las cerillas en la repisa de la chimenea. Pero al mirar para arriba, el gallo le caga en el otro ojo. El lobo, desesperado, sale al corral donde se encuentra con el burro y el carnero. Y empezó la juerga: el carnero le pega un topetazo y lo manda a las patas del burro; el burro le pega cuatro coces y lo manda a los cuernos del carnero; y así durante casi toda la noche. El pato, que sintió todo aquel trapaleo, salió al corral diciendo: “pah, pah, pah”. Aprovechó el lobo y salió corriendo, sin entender nada de lo que pasaba en su propia casa.
Al cabo de un buen rato de dar tumbos, llegó hasta sus compañeros.
- ¡Anda, bribón, como has comido tanto estás que no te puedes valer! – le decían, burlándose de él.
- Callad, que a nuestra casa jamás podremos volver – contesta el lobo, todo destrozado – Llegué a la puerta y como no llevaba cerillas fui a la lumbre a por un ascua. La soplé y era una zarza que se me engarranchó en un ojo. Echo mano a la chimenea y había una albañil haciendo obra, que me tiró un pegotón de yeso en el otro ojo. Entonces me fui para el corral; había dos tíos jorcones y uno me suelta y otro me engancha; toda la noche así. ¡Gracias a que llegó un hombre que dijo: “paz, paz, paz”, y entonces me dejaron.
Así fue como los animales se quedaron a vivir en aquella casa, sin la molestia de los lobos, donde todavía habitan.

Lo recogió Margarita Vela Blanco, 14 años.
Lo contó su abuela Francisca Medina, 71 años
Yegen.

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