Érase una vez un molinero que tenía una hija que no sabía hacer absolutamente nada. Un día el molinero se atrevió a decirle al rey que su hija hilaba oro y el rey le dijo que la trajera a palacio para demostrárselo. Metieron a la niña en una habitación enorme llena de lino y le dijeron que como no supiera hilar oro le cortarían la cabeza. La niña empezó a llorar, venga a llorar. Y en esto que se le apareció un duendecillo que le dijo:
- No llores. Yo te hilo toda la habitación con la condición de que me des a tu primer hijo.Ella dijo que sí y cuando volvió el rey ya estaba todo hilado. En premio la casó con el príncipe.
Con que ya llevaban algún tiempo casados cuando la niña tuvo un hijo y vino el duende a pedírselo. Ella se negó a dárselo y él le dijo que la perdonaría sólo si adivinaba cómo se llamaba. Y le dio un plazo de tres días. Pasaron dos días y no lo había adivinado. Y al tercero se fue la niña al bosque. Y estando allí oyó decir:
- Mañana tendré al fin un príncipe que me sirva y de principio a fin nadie sabrá que me llaman "el enano saltarín".
Al día siguiente se presentó el duende y la princesa le dijo:
- Te llamas Perico.
- ¡ No !¡ Ja, ja, ja! - rió el duende pensando que no lo acertaría.
- Te llamas Bonifacio.
- ¡ No !¡ Ja, ja, ja!
- Pues entonces te llamas "el enano saltarín".
- ¡Ah, sí. Lo has adivinado! - y huyó corriendo al bosque.
Así la princesa vivió feliz el resto de sus días sin separarse de su hijo.
Lo recogió Pedro Blanco de la Torre, 19 años.
Lo contó Fernando Carmona, 67 años.
Órgiva.
Lo contó Fernando Carmona, 67 años.
Órgiva.
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