Había una vez en un pueblo un herrero muy pobre. Cierto día se le presentó el diablo diciéndole que se lo llevaría con él. Y le dio un plazo de doce días para que solucionara sus cosas pendientes en este mundo.
Quedó el pobre herrero muy apenado. Y estando en estas se le apareció un hada que venía acompañada de San Pedro. Le dijo que pidiera tres deseos. El herrero lo pensó y pidió:
- Quiero que todo el que se suba a mi parra no se pueda bajar hasta que yo lo diga.
San Pedro le aconsejó que pidiera el cielo. Pero el herrero ni lo escuchó y siguió:
- Quiero que todo el que se siente en mi sillón no se pueda levantar hasta que yo lo diga.
San Pedro volvió a insistir que no dejase de pedir el cielo. El herrero pidió su tercer y último deseo:
- Quiero que todo el que entre en mi casa y se mire en el espejo no se pueda mover hasta que yo lo diga.
Desaparecieron el hada y San Pedro y el herrero volvió a quedar a solas con su problema. Preparó sus cosas, se despidió de toda su familia y a los doce días cabales se le presentó el diablo en el taller. Con que ya salían, camino del infierno, cuando al herrero se le ocurre ofrecer al diablo que subiera a la parra y probara de sus uvas tintas. El diablo no lo pensó mucho y allá se fue. Se hartó de comer y cuando quiso bajar comprobó no podía. Le pidió por favor al herrero que lo bajara y éste le dijo que con la condición de que le dejase un año de plazo para volver a por él. Aceptó el diablo y bajó enfadadísimo de que aquel herrero lo hubiese engañado.
El año se pasó en un volar y cuando quiso darse cuenta ya tenía otra vez al diablo en el taller. Se iban ya cuando se acordó el herrero del sillón y se lo ofreció al diablo. No lo pensó dos veces y se dejó caer... y allí se quedó pegado. El herrero le pidió dos años más. El diablo aceptó y se fue con más cabreo que nunca.
A los dos años ya estaba otra vez el diablo reclamando al herrero. Cuando se iban le dijo el herrero que se peinase un poco, que tenía unos pelos muy revueltos. El diablo se quedó pensando si habría algún hechizo en el peine que le entregaba el herrero. Pero al ver que el herrero se peinaba con él, lo cogió, se miró al espejo... y se quedó como de piedra, sin poder mover ni un pelo del rabo. El herrero le pidió de plazo toda la vida. Y el diablo no tuvo más remedio que concedérselo.
Pasó el tiempo y le llegó su hora al buen herrero. Murió y se fue camino del infierno. A la puerta se encontró con el diablo conocido suyo que no le quiso dejar entrar porque decía que allí no había sitio para más diablos y que él era peor que todos ellos juntos. Así que se fue el herrero camino del cielo. Pero allí estaba San Pedro, que le recordó que no había querido pedir el cielo cuando el hada le concedió los tres deseos. En vista de lo cual el herrero se quitó el sombrero y lo tiró puertas adentro. Luego pidió permiso a Nuestro Señor para entrar a recogerlo. Se lo dieron y, cuando estuvo dentro, dijo que se quedaba. Y allí sigue, que no pudieron echarlo.
Lo contó su madre Elena Romera Fernández, 43 años.
Albodón.
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