Érase una vez dos hermanas que todas las mañanas salían al balcón para ver quién pasaba.
Una mañana pasó un príncipe y, al verlas (tan guapas), decidió pasar todos los días. Uno de esos días, una de las hermanas tiró una manzana podrida; el príncipe se agachó a cogerla y, al ver que estaba podrida, la tiró, se subió al caballo y se marchó avergonzado.
A la mañana siguiente una de las hermanas le dijo:
-Mira qué de caballero;
mira qué de cortesía,
que se baja del caballo
para coger una manzana podrida.
El príncipe se fue de nuevo avergonzado.
Una tarde de invierno el príncipe quiso vengarse de ellas, se disfrazó de pobre y fue a la casa de las dos hermanas. Pidió alojamiento y comida por una noche y da la casualidad de que estaba lloviendo. Ellas, al ver que hacía tanto frío, le dejaron pasar. Llegó la hora de acostarse y él dijo que le daba igual dormir en cualquier sitio. Las hermanas decidieron que durmiera en la escalera y a media noche se presentó en el cuarto de las hermanas diciendo:
- Tengo mucho frío. ¿Me podéis hacer un sitio?
Una dijo sí y la otra también. Se puso en un lado y la una estuvo toda la noche diciéndole a la hermana:
- ¡Chínchale al pobre, María!
Amaneció. Les dio las gracias y se marchó. Se quitó la ropa de pobre, se puso las de príncipe. Esa misma mañana pasó por debajo del balcón y le volvió a decir una de ellas:
-Mira qué de caballero;
mira qué de cortesía,
que se baja del caballo
para coger una manzana podrida.
Y entonces el príncipe responde:
-Mira qué de señorita;
mira qué de cortesía,
que estuvo toda la noche diciendo:
"chínchale al pobre, María".
Lo contó Merecedes Pelegrina Medina, 64 años.
Yegen.
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