Había una muchacha que no tenía madre y enfrente de su casa vivía una señora que tenía una hija y todos los días le decía a Mariquita que le dijese a su padre que se casase con ella. Mariquita se lo decía a su padre y éste le contestaba:
- No, que luego todo será para su hija y a ti te pegará.
Pero tanto insistió la muchacha que su padre acabó casándose con la señora aquella. Y desde aquel día mandaba a Mariquita los peores trabajos y la obligaba a cuidar los marranos.
Un día le mandó que llevase la comida a su padre, pero le advirtió que no comiera nada, porque si no la mataría. Iba la niña llorando por el camino cuando se le apareció una viejecita que le preguntó por qué lloraba.
- Porque la madrastra me ha dicho que lleve la comida a mi padre y que no coma nada.
Entonces la viejecita le dijo que comiera lo que quisiera. Ella, al principio, no quiso, pero la viejecita le aseguró que nadie se enteraría. La muchacha comió y sin embargo la comida quedó entera. Luego la viejecita le dijo:
- Cuando cante el burro, te tapas la cabeza. Cuando cante el gallo, te la destapas.
Así lo hizo y le salió una estrella de oro en la frente. Cuando llegó a su casa le preguntaron qué le había pasado y ella se lo contó todo. La madrastra mandó a su hija a lavar tripas al río. La hija dejó que el agua se llevase una tripa y se lió a llorar. Se le presentó la vieja y le preguntó que por qué lloraba.
- Porque se me ha ido una tripa y mi madre me matará.
- Toma la tripa - dijo la viejecita. Y añadió : - cuando cante el burro, te destapas la cabeza. Cuando cante el gallo, te la tapas.
Y le salió un rabo de burro en la frente y se fue llorando para su casa.
Por aquel entonces estaba el rey buscando novia e invitó a todas las solteras a un baile en el palacio. La madrastra fue con su hija al baile y a Mariquita le mandaron mucho trabajo para que no fuese. Pero se le apareció la viejecita y le preguntó:
- ¿Por qué no vas al baile?
- Porque yo no tengo ropa. Ni tiempo.
Entonces la vieja le dio con la varita mágica y le puso un vestido, unos zapatos de cristal y la metió en una carroza. La llevó a la fiesta y le dijo que a las doce en punto tenía que estar de vuelta en casa. Se puso al lado de la madrastra y de la hija, que no la reconocieron, de guapa que estaba. El rey no bailó con otra muchacha en toda la noche. Quiso saber dónde vivía, pero ella no se lo dijo.
Cuando llegaron la madrastra y la hija a casa ya estaba Mariquita allí. Y le contaron que había una joven muy guapa en el baile, que el rey sólo había bailado con ella.
- ¿No sería yo esa joven? - les contestó Mariquita.
- ¡Qué más quisieras tú que ser ella! - le contestaban con burlas.
Al día siguiente fue con un vestido con tantos peces como hay en el mar. Si el día anterior iba guapa, ahora iba más guapa todavía. El rey dio orden a su guardia de que no la dejase marchar. Pero, cuando dieron las doce, ella les echó un caldero de sal a los ojos y escapó. En la huida se le perdió un zapato de cristal y lo cogió el rey y dijo que se casaría con la muchacha a la que perteneciera el zapato. Las jóvenes se cortaban los callos de los pies para que les entrara el zapato, pero a ninguna le iba bien. Llegó a casa de la madrastra, se lo probó a su hija y no le cabía. Le preguntó el rey si no tenía otra hija. Dijo que sí, pero que nunca salía porque estaba sucia. El rey le ordenó que la hiciese salir. La madrastra llamó a Mariquita y ésta contestó:
- Espera un poco que me estoy poniendo el vestido.
Al rato volvió a llamarla.
- Espera un poco que me estoy poniendo la corona.
Al rato otra vez la llama.
- Espera que me estoy poniendo los zapatos.
Y al poco salió Mariquita con un vestido de aves. Tantas aves había como hay en el mundo. Y llevaba el zapato de cristal. El rey le probó el otro zapato y vieron que era el suyo. Dijo que le esperasen que iba a hacer los preparativos y se fue. La madrastra y la hija aprovecharon para esconder a Mariquita en la carbonera. Empapelaron el rabo de burro de la hija y cuando volvió el rey se la llevó. De camino al palacio, el perro del rey no hacía mas que decir:
- Rabo de burro en el coche y Mariquita en la leñera.
Tanto lo repitió que el rey acabó oyéndolo. Le tiró de los papeles a la hija de la madrastra y vio que tenía un rabo de burro en la frente y que no era Mariquita. El rey volvió en busca de Mariquita, la sacó de allí, hizo meter en su lugar a las dos malas mujeres y se casó con Mariquita. Y fueron muy felices y comieron perdices.
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