Érase una vez un príncipe que tenía tantas cosas que ya no sabía ni lo que quería. Y decía que ninguna mujer del mundo le gustaba.
Un día encontró a una bruja y ésta le preguntó qué era lo que le pasaba, por qué estaba tan triste. Le contó su problema y la bruja le dio tres naranjas y le dijo:
- Cuando veas una fuente, abres una naranja y tendrás mujer a tu gusto.
El príncipe fue camino de una fuente. Se encontró un charco de agua sucia, de pasar animales. Pero pensó que daría igual que si fuese una fuente. Así que abrió una de las naranjas. No salió nada y se quedó sin naranja. Siguió caminando y se encontró otro charco. Abrió otra naranja y se volvió a quedar sin dama y sin naranja. Entonces se hizo el propósito de no abrir la última naranja hasta que no encontrar una fuente con tres caños. Siguió camina que te camina hasta que encontró la fuente a su gusto. Abrió la naranja y empezó a brillar el sol en el agua: y vio a la mujer de sus sueños. El príncipe la quería tanto que no sabía qué hacer, de tanto que la quería. Se la llevó al palacio y se casó con ella.
Tenía en palacio una moza que era negra y tomó tantos celos de la felicidad del príncipe que quería vengarse. Un día la mandaron a por agua a la fuente y, de rabia que le entró, rompió el cántaro contra la piedra, a porrazos.
Pasó el tiempo y el príncipe tuvo que marchar a la guerra y la mujer se quedó con la moza. Cuando quedaron solas, ésta le dijo:- Señorita, ¿la espulgo?
- Yo no tengo piojos.
Pero, por hacerle ese gusto, se sentó y la moza empezó a espulgarla. En un momento la moza le clavó a la princesa un alfiler en la cabeza y se convirtió en una paloma muy bonica. Y echó a volar.
Al poco vino el príncipe preguntando por su esposa. La moza le contestó que ella no sabía nada. Y se fue, muy triste, a sentarse al jardín, para pensar en los días felices que pasó con ella. Y una paloma blanca se le posó en las piernas y se le quedó mirando. Si más la miraba, más se le quitaba la pena. La paloma le acariciaba con las alas y él dejaba de estar triste.
Pero otra vez tuvo que salir el príncipe de viaje. Le dijo a la moza que cuidase de la paloma blanca como si fuese su esposa, para que no le pasara nada. La moza, tan envidiosa y mala, metió a la paloma en una tinaja de aceite para que se pusiera fea.
Volvió el príncipe y preguntó por su paloma. Al verla tan cambiada, le dio pena y se la puso entre las piernas para acariciarla. Le pasó la mano por la cabeza, para limpiarla y se encontró con el alfiler. Se lo quitó, y al momento la paloma se transformó en su mujer. Quedó maravillado. Preguntó cómo podía ser aquello. Pero la princesa no se lo contó, porque era muy buena y no quería que mataran a la moza. Sin embargo, la castigó a estarse subida en un árbol del jardín. La moza dijo que ni hablar y decidió marcharse del palacio. Y así quedaron muy felices el príncipe y su esposa.
Lo recogió Fina Requena Mingorance, 14 años.
Lo contó su madre Virtudes Mingorance, 48 años.
Yegen.
Lo contó su madre Virtudes Mingorance, 48 años.
Yegen.
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