sábado, 29 de noviembre de 2008

LA NIÑA DE LA ALBAHACA

Érase una familia muy pobre que tenía dos hijos y una hija. Murieron los padres y llevaban la casa como podían. Un día estaba la niña regando la albahaca que tenía en la puerta y acertó a pasar por allí el hijo del rey. Se admiró de lo bonita que era la niña y le dijo:

- Señorita que riegas la albahaca, ¿me dices cuántas hojas tiene la mata?

Ella se quedó callada y no le dijo nada porque le dio mucha vergüenza. Al día siguiente pasó otra vez el hijo del rey y le dijo lo mismo. Ella volvió a quedarse callada, sin saber qué contestarle. Pero decidió que al día siguiente le contestaría algo. Y se lo estuvo pensando. Al día siguiente volvió a pasar el hijo del rey y vuelta a las mismas:

- Señorita que riegas la albahaca, ¿me dices cuántas hojas tiene la mata?

- Príncipe pirulín, pirulero, ¿me dice cuántas estrellas tiene el cielo?

El hijo del rey no se podía quedar así, sin saber qué contestar a aquella mocita. Decidió aumentar la burla. Al día siguiente se disfrazó de pescadero muy pobre, con los harapos viejos y una caja de pescado, y se presentó de noche en la casa de los huérfanos. Pidió, por Dios, que le dejaran pasar la noche , que venía de muy lejos y se le había echado la noche encima. Con que le dejaron entrar. Se pusieron a cenar y los huérfanos, como eran tan pobres, no tenían otra cosa que pan. Y el hijo del rey, pues pescado. Los huérfanos le pidieron un poco. Pero él dijo que por cada arenque que les diera tenía que dar un beso a la niña. Todos quedaron de acuerdo y así pudieron comer pan con arenques.

A los pocos días de este suceso pasó otra vez el hijo del rey por la puerta de la niña y estaba ella regando la albahaca.

- Señorita que riegas la albahaca, ¿me dices cuántas hojas tiene la mata?

Y ella contestó lo suyo:

- Príncipe pirulín, pirulero, ¿me dice cuántas estrellas tiene el cielo?

Y él añadió:

- Tantas como besos le diste al pescadero.

¡Qué vergüenza pasó la pobre niña! Decidió vengarse del hijo del rey al otro día. Los hermanos le decían que no cometiera locuras, que era el hijo del rey y la podía matar si quisiera. Pero ella no hizo caso y se ingenió una broma de venganza: se disfrazó de diablo, con cuernos y todo, echando fuego por la boca, y una pequeña lanza con tres puntas muy largas. Y también se agenció una jaca. Con todo ello se dirigió a palacio. Llamó a la puerta. Salió un criado y dijo que llamaran inmediatamente al hijo del rey, que si no subiría ella misma a por él. Así que el hijo del rey tuvo que bajar para que no subiera el demonio aquel... Cuando la niña lo tuvo delante, sacó una voz muy ronca y le dijo que tenía que acompañarla al infierno. Y él, medio llorando, le rogó que no se lo llevara, que le pidiera cualquier cosa, que se la daría. Entonces ella le dijo que tenía que estar dando besos en el culo de la jaca hasta que le dijera basta. Y el hijo del rey aceptó para que no se lo llevara. Cuando ella dijo "basta", él paró y el demonio se fue.

El hijo del rey estuvo un tiempo muy malo, con fiebre, a causa de la infección de los besos. Pero cuando se recuperó lo primero que hizo fue irse a pasear delante de la niña de la albahaca.

- Señorita que riegas la albahaca, ¿me dices cuántas hojas tiene la mata?

- Príncipe pirulín, pirulero, - contestó la niña - tantas como besos le diste al culo de la jaca.

No se puede decir el enfado del hijo del rey. Inmediatamente ordenó que detuvieran a la niña y que la colgaran. Pero cuando ya iban a ejecutarla, la niña le dijo que le diera una oportunidad, como era la costumbre; que antes de matar a alguien se le ponían unas pruebas y si las hacía bien se le perdonaba. El príncipe aceptó y le dijo:

- Tienes que venir mañana ni vestida, ni desnuda; ni andando, ni montada; ni por el camino, ni por fuera del camino.

Al día siguiente la niña se presentó con un vestido de hojas de higuera, con lo cual no se podía decir si iba vestida o desnuda; montada en una borrega y con las piernas arrastrando, con lo cual tampoco se podía decir ni que fuera montada, ni que fuera a pie; y además iba con una pierna por el camino y con la otra por fuera, con lo cual tampoco se podía decir que fuera por camino o por fuera de camino.

El hijo del rey no tuvo más remedio que perdonarla. Pero, al ver que era tan lista, además de guapa, se enamoró de ella y le pidió la mano a sus hermanos, que aceptaron al instante. Se celebraron las bodas y fueron muy felices el resto de sus días.

Lo recogió Benito Lupiañez Romera, 17 años.
Lo contó su madre Elena Romera Fernández, 43 años.
Albondón.

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