Era una vez un muchacho llamado Juan que les dijo a sus padres que se iba a buscar la vida. Empezó a andar y se encontró a un hombre que estaba arando con dos ratas.
- Buen hombre, ¿ cuánto gana usted ? - le preguntó.
- Un duro y de comer.
- Pues véngase conmigo y ganará dos y de comer.
Siguieron andando, andando, y se encontraron con un hombre que estaba serrando encinas con una hoz.
- Buen hombre, ¿cuánto gana usted? - le preguntó.
- Dos duros y de comer.
- Pues véngase conmigo y ganará tres y de comer.
Siguieron andando y se encontraron con un hombre que estaba atajando un río con las barbas.
- Buen hombre, ¿cuánto gana usted? - le preguntó.
Tres duros y de comer.
- Pues véngase conmigo y ganará cuatro y de comer.
Siguieron andando y llegaron a una casa y Juan le dijo al que estaba arando con las ratas:
- Tú te quedas en casa y nos haces la comida para cuando volvamos de trabajar.
Con que se quedó en casa. Hizo la olla y cuando ya la tenía lista llegó un muchacho y le dijo:
- Me como la olla, me cago en ella y te pego una paliza.
- ¿Tú a mí? A ver si te atreves.
Pues, señor, se comió la olla, se cagó en ella y le pegó una paliza que cuando llegaron los otros no lo conocían.
- Pero, ¿qué te ha pasado?
- Que ha venido un muchacho muy grandón, se ha comido la olla, se ha cagado en ella y me ha dado una paliza.
- Bueno, - dijo el que estaba cortando encinas con la hoz - mañana me quedo yo. A ver si a mí me pega ése.
Al día siguiente pasó lo mismo y cuando llegaron los otros se encontraron sin comida y con el compañero apaleado.
- Con que ése nos quiere tomar el pelo - dijo el que estaba atajando el río con las barbas - Pues mañana me quedo yo y veréis como cenamos caliente.
Pero ocurrió lo mismo.
- Ese muchacho nos quiere matar a palos y a hambre - dijo Juan, el de la porra - Mañana me quedo yo.
También ese día se presentó el muchacho diciendo que se comía la olla, que se cagaba en ella y que le pegaba una paliza a Juan.
- ¿¡Ah, sí!? - cogió su porra y le pegó una que le dejó en el suelo medio muerto. Lo metió en una estera y lo colgó del techo.
- A ver si se atreve - y allí se quedó.
Al poco se oye un estrépito y una voz muy fuerte que dice:
- A carne humana me huele. Como no me digas donde se esconde te como.
Salió Juan, le dio con la porra y lo mató.
- Por haberme librado de este hechizo - le dijo - toma este anillo y si te encuentras en algún apuro frótalo y pide lo que quieras.
Siguió caminando y encontró otra puerta. Tocó y salió otra princesa, muy guapa también.
- Vete - le dijo - que ahora vendrá una serpiente y te comerá si te encuentra.
- Aquí estoy, si quiere venir.
Se oyó un estruendo y una voz muy fuerte que decía:
- A carne humana me huele. Como no me digas dónde está te como.
- Aquí estoy - le dio con la porra y lo mató.
- Por haberme librado de este hechizo, toma este bastón. Si subes a él te llevará donde quieras.
Siguió andando, andando, y se encontró otra puerta. Tocó y salió otra princesa.
- Vete - le dijo - que ahora vendrá un dragón y te comerá.
- Que venga si se atreve.
Se oyó un estruendo y la voz que decía:
- A carne humana me huele. Si no me dices dónde está te como.
- Aquí estoy - le dio con la porra y lo mató.
- Por haberme librado de este hechizo toma esta caja. Dentro tiene tres perros. Cuando quieras algo les dices: "ve por encima de la falda de la princesa".
- ¿Qué quiere, mi amo?
- Llévame al castillo.
Ese mismo día se celebraban las bodas de las princesas con los amigos de Juan. Hizo salir a los perros de la caja y le dijo al primer perro:
- Perrico de bronce: vete por encima de la falda de la princesa y tráeme la mejor tajada del plato.
Lo contó su madre Eduarda Muñoz del Río, 50 años.
Yegen.
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