juan era un soldado que volvía de la guerra y en el camino se encontró con un viejo de barbas blancas que le dijo:
- Si eres capaz de matar a aquel oso que ves venir, y andar por el mundo vestido con su pellejo durante tres años, te daré una bolsa del oro que nunca se acaba.
Juan no lo pensó dos veces. Sacó su fusil y en un abrir y cerrar de ojos acabó con el animal. Lo despellejó y se vistió con su pellejo. Y así estuvo caminando, caminando, hasta que encontró una posada en una ciudad perdida. Al verlo, todos se asustaron mucho y el posadero le dijo que tenía que marcharse de allí. La hija del posadero se compadeció de él y pidió a su padre que la dejara atenderlo. Ella le sirvió y Juan, "piel de oso", le contó su historia y le dijo que, si quería casarse con él, compartirían el oro.
- Sí - le contestó ella - y además te acompañaré en tu viaje.
Juntos siguieron su camino. Pasó un año y pasó otro y otro y así cumplió su plazo. "Piel de oso" llevó a su novia a la posada de su padre y él se fue en busca del viejo de las barbas blancas. Cuando lo encontró le pidió lo prometido.
- Ya veo que has cumplido tu palabra. Toma, - le dijo el viejo - puedes quedarte con la bolsa y volver a tu aspecto normal.
Cuando Juan se quitó la piel, se llevó un gran susto al verse tan sucio y desgreñado. Intentó arreglarse lo mejor que pudo, pero todo fue inútil: la mugre no se le iba. Y olía a oso...
Mientras tanto, la hija del posadero se pasaba el día llora que te llora, a la puerta de la posada, temiendo que Juan no volviese nunca. En esto que un día llegó Juan, con su mugre, sus greñas y su olor. Pidió hablar con el posadero y le dijo:
- Vengo a que me dé la mano de su hija.
Ella, que lo escuchó, gritó que nunca se casaría con él, que su prometido era Juan, "piel de oso". Y Juan le hizo ver que era él, que había vuelto con la bolsa del oro que nunca se acaba.
Se casaron aquel mismo día y fueron muy felices y nunca les faltó de nada.
Lo contó José Tapia (¿)
Beznar.
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